La consolidación de “brotes verdes” que está verificando el INDEC refuerzan un clima de optimismo en el gobierno respecto de los resultados de octubre. El kirchnerismo confirma su convicción de que “corre de atrás”. El nuevo signo de los tiempos se verificaría en la actitud de los jueces.
El segundo semestre llegó… en el segundo año. Lo corroboran las cifras del INDEC y estudios privados, para regocijo de aquellos funcionarios que en la intimidad reconocen que tanta espera y penurias habrán valido la pena por el solo hecho de que las buenas noticias terminen confluyendo juntas en la previa de las elecciones de medio término.
En efecto, el INDEC certificó esta última semana que la economía siguió creciendo en el segundo semestre del año tal cual habían anticipado las consultoras. El producto bruto interno aumentó 0,7% en el segundo trimestre, con lo cual en los últimos doce meses el incremento registrado fue de 2,7%, el más alto desde 2015.
El nivel de actividad ya está por encima del que se registraba en diciembre de 2015, cuando asumió el actual gobierno. Hay más datos alentadores, como la creación de 71 mil empleos en el sector privado formal en el mes de julio, lo que representa una suba de 1,1% con relación a 2016. Dieciséis mil más respecto de junio. Con todo, la expansión no es uniforme: el empleo industrial lleva 17 meses consecutivos en baja: en el mes de junio se perdieron allí 33 mil empleos, siendo el textil el sector más castigado.
El consumo tampoco remonta, pues las ventas en supermercados y shoppings cayeron 2,1% en el mes de julio, según el INDEC, aunque ahí se debe considerar la existencia de nuevos canales de comercialización que está adoptando el público.
Amén de que los signos de mejora son siempre moderados y aun desparejos, las perspectivas resultan promisorias. Y el dato que entusiasma a los funcionarios y que certifican los números oficiales es la incidencia de la inversión. Ese factor fue clave en el crecimiento del producto en el segundo semestre, pues aumentó un 7,7% interanual. Al presentar el proyecto de Presupuesto 2018, los funcionarios pusieron especial énfasis en destacar que la inversión lidera el crecimiento. En 2018 llegaría a 17% del PBI, siendo en los últimos años del 15%.
En este contexto, propios y extraños reconocen que hoy la economía no es el punto débil de Cambiemos para las elecciones generales de octubre. Lo era para las PASO y por eso la oposición apuntó en ese sentido y a los candidatos oficialistas se les recomendó no hablar del tema. No es el caso ahora, por eso la oposición ha virado la campaña hacia la desaparición de Santiago Maldonado, y en materia económica se alerta sobre “el ajuste que vendrá” pasada la elección. Para evitar que el Presupuesto 2018 entre en ese terreno de campaña, el oficialismo postergará esa discusión hasta pasadas las elecciones y se aprobará recién con la nueva composición del Congreso. Diciembre será muy ajetreado en materia parlamentaria.
Si hablamos de diferenciación entre las campañas para agosto y octubre, el botón de muestra más destacado es sin dudas el de Cristina Kirchner, que desarrolla una estrategia claramente distinta ahora, con presencia diaria en el territorio y siempre acompañada por el intendente local. Ergo, solo transita hasta ahora los municipios gobernados por Unidad Ciudadana, como buscando consolidar el voto propio y escarbar a ver si puede sacarle más jugo a aquellos distritos donde el kirchnerismo es más fuerte.
Cambiemos desarrolla en tanto una operación de pinzas sobre territorio amigo y enemigo. En el caso de los partidos donde manda, los intendentes han recibido el mandato de mejorar su performance de agosto. Sobre todo aquellos donde se esperaba un poco más. Y a los candidatos “sin tierra” les bajó línea en la semana el cada vez más presente jefe de Gabinete, Marcos Peña, que se reunió con ellos en La Plata. Atentos a la necesidad de evitar el hartazgo, el oficialismo se mantiene presente, pero moderó las entrevistas, y se dedica a recorrer el territorio, nuevamente con la gobernadora como punta de lanza, escoltada por Esteban Bullrich. Recién las últimas dos semanas volverá María Eugenia Vidal a monopolizar los medios pidiendo un esfuerzo aún mayor para “agrandar el equipo que consolide el cambio”. Mientras tanto y hasta que la ley electoral lo permita, sacarán provecho del beneficio de ser gobierno, inaugurando obras. Allí se muestran diariamente la gobernadora y el Presidente, en general juntos, poniendo en marcha trabajos de infraestructura. Ahí sí la consigna es saturar.
Reforzarán esa tarea en distritos donde esperan mejores resultados que en las PASO. Es el caso de Quilmes, visitado una y otra vez por Vidal, y donde el intendente Martiniano Molina presentará 12 obras en 14 días.
Que la cuesta se le ha hecho empinada ahora a Unidad Ciudadana lo verifica el cambio de estrategia al que hacíamos referencia. Donde la expresidenta sí da ahora reportajes, como el que esta semana concedió a Víctor Hugo Morales en un medio afín. Aunque con infinitamente menos repercusión que el anterior con Luis Novaresio, Cristina gozó esta vez de un tratamiento amable y protegido, en el que pudo explayarse contra el gobierno, dejando de lado cada vez más abiertamente el modo zen que imperó en ella para las PASO. En ese reportaje se preocupó por cuestionarle a Cambiemos insistir con las expectativas, al punto tal de afirmar que “nosotros nunca les prometíamos futuro, construíamos presente, que es lo que la gente está necesitando”. Todo un reconocimiento de lo que luego le sería reprochado como “la herencia recibida”.
Pero la prueba más tangible de que no la tiene sencilla el kirchnerismo vino del lado menos esperado. No fue el oficialismo augurando una victoria arrolladora -lejos del espíritu duranbarbista, cultor de moderar expectativas en aras de una mayor cosecha-, más bien fue “fuego amigo”. El mediático Roberto Navarro dijo en una de las tantas entrevistas que le hicieron por su despido del grupo Indalo que “el gobierno va a consolidar su triunfo” en octubre, e incluyó en su vaticinio a la provincia de Buenos Aires. Con lo cual, agregó premeditadamente, buscará luego “profundizar el ajuste”.
Para mantener ese statu quo el gobierno aspira simplemente a evitar la aparición de un cisne negro. No vendrá desde la economía, le garantizaron en Hacienda y coinciden los analistas privados; y espera que tampoco surja del enrevesado caso Maldonado, donde día a día se conocen más testimonios de gendarmes que sin incriminar a la fuerza en su conjunto contribuyen a demostrar lo mucho que se ocultó inicialmente. Aunque no lo veía con buenos ojos a Otranto, el gobierno no recibió con beneplácito el cambio de juez en la causa, garantía de que la investigación se planchará varias semanas.
El gobierno tampoco quiere sorpresas con la toma de colegios, convencido de que la izquierda y el kirchnerismo -a quienes atribuye la autoría intelectual de las medidas de fuerza- buscan una especie de “noche de los bastones largos”, en su afán de probar la teoría de una Argentina “sin Estado de derecho” sobre la que tanto insiste la expresidenta.
Como contrapartida del caso Maldonado ha resurgido con fuerza la muerte de Nisman, con las revelaciones de la pericia de Gendarmería como novedad, razón por la cual el kirchnerismo en general y CFK en particular hablan de “cortina de humo”. Lo cierto es que el trabajo pericial de Gendarmería se inició mucho antes de la desaparición del artesano, y no es novedad que así como se reactivó la causa por “traición a la patria” contra Cristina y otros imputados por Nisman, era más que previsible que tarde o temprano se recaratulara la causa de la muerte del fiscal, cosa que aún no ha sucedido, pero las pruebas parecen ser concluyentes. Lo cual no implica que se esté cerca de dar con los eventuales asesinos, pero la pasarán mal muchas figuras que por acción u omisión contribuyeron en desviar la investigación y destruir pruebas. Ese accionar será más sencillo de probar y es parte de la embestida judicial que muchos preanuncian y que los últimos días tuvo a Julio De Vido en primera fila.
Esa reactivación de causas y el endurecimiento judicial que no pueden dejar de vincularse con los resultados electorales -aunque debería responder a una fuerte demanda social-, tendrá a numerosos actores de la anterior administración ya no trajinando los pasillos de tribunales, sino sentados en el banquillo, o incluso más que eso: presos. Así lo graficó ante este medio una fuente muy informada de un ámbito que no es el gubernamental, ni judicial, pero con fuertes contactos con ambos y por lo tanto un gran manejo de información. Y que puso fechas: no será ya, por las elecciones, ni en lo que resta del año, “para evitar una vinculación con el resultado electoral”. El desfile empezaría a partir de febrero, pasada la feria.