“El médico que no entiende de almas, no entenderá cuerpos”.
Alejandro Posadas, fue un hombre muy especial, no ha tenido su nombre o, más aún, su valiosa personalidad, la difusión que mereció.
Aunque hoy, un importante hospital del Partido de San Martin, en el gran Buenos Aires, lleva su nombre.
Expresé ya, que fue un médico muy especial, porque en los solamente 31 años que vivió, tuvo una serie de logros, que enaltecen su figura.
Fue una especie de padre de la cirugía argentina. Y avalo esta apreciación, expresando que hasta casi la mitad del siglo XX, tres eminentes cirujanos encabezaban en nuestro país la lista de los más prestigiosos hombres en esa especialidad tan importante que es la cirugía. Los Dres. Enrique Finocchietto, Pedro Chutro y José Arce. Y los tres fueron sus aventajados discípulos del Dr. Alejandro Posadas.
Posadas, había nacido en la Provincia de Buenos Aires, en la ciudad de Saladillo, a fines de diciembre de 1870.
Era de padres españoles.
Ya a los 8 años vivía en la Ciudad de Buenos Aires con su familia, obviamente.
A los 18 años ingresó a la Facultad de Medicina, donde se recibió con diploma de honor a los 23 años.
Fue, joven aún, Profesor de Medicina Operatoria, cátedra que creo ya no existe, o quizá sea la actual Cirugía.
Trajo al país y ayudó a instalar el primer aparato de rayos con radioscopía en el Hospital de Clínicas.
Y otra realización importante.
Filmó la primera película de una intervención quirúrgica en el citado hospital. Fue una operación de un quiste de pulmón.
Se advertía en esa filmación, que los cirujanos no utilizaban barbijos ni gorros y ni siquiera guantes.
Usaban guardapolvos con mangas que llegaban hasta el antebrazo.
Transcurría el año 1899 y hacía solo cuatro años que los hermanos Lumiere habían dado a conocer en el Gran Café de París, la cinematografía.
El Dr. Posadas estaba convencido de la importancia que tendría el cine para la docencia de la cirugía.
El mundo médico internacional reconoció su film, como el primer documento fílmico de una cirugía, en el mundo.
Pero en ese 1899 -el científico tenía sólo 29 años- nota los primeros síntomas de la afección pulmonar que lo llevaría a la muerte.
Viajó a tratarse a EE. UU. y luego a Europa.
Regresó y dos años después otra vez a Europa, a París, en este caso.
Moriría allí a los 31 años de una tuberculosis pulmonar.
Y una anécdota final que lo define como médico y como hombre.
Alejandro Posadas fue un verdadero cirujano general.
Operaba tres veces por semana, desde las 8 hs hasta las 13 horas y llegaba a hacer, en algunas ocasiones, 7 u 8 intervenciones en esas horas.
En una ocasión estaba comenzando una operación de hernia inguinal, cuando le avisaron que había otro enfermo gravísimo al que se debía operar de inmediato, para salvar su vida. En el hospital no había en ese momento ningún otro cirujano.
El Dr. Posadas hizo ubicar al nuevo paciente en otra camilla del mismo amplio quirófano del Hospital de Clínicas y alternativamente fue completando la primera operación y comenzando la segunda.
Cinco horas seguidas dieron como resultado la feliz concreción de las dos intervenciones.
Justo al terminar la segunda operación, era tal su cansancio que se desvaneció, pero igualmente se sentía felíz, porque ¡Había salvado dos vidas!.
Su gesto de humanidad, quedó alojado como un recuerdo imborrable en la retina y en el corazón de los que presenciaron su demostración de alta capacidad quirúrgica y simultáneamente noble condición humana.
Y un aforismo final para este humanitario médico.
QUIEN SIENTE COMO PROPIO EL DOLOR AJENO, SIENTE MENOS EL PROPIO.