“Los iluminados agregaron luz a la luz”.
Hoy voy a referirme a Luis Pasteur, francés y uno de esos seres humanos de los que podría decirse que “todos vemos lo mismo. Pero los grandes… lo revelan”. Fue de los que demostraron que así como hay hombres que nacen para crear dolor, otros nacen para mitigarlo.
Aludiré a un biólogo y químico francés. Se llamó Luis Pasteur y hace más de 130 años, en enero de 1884, teniendo ya Pasteur 62 años, comenzó a buscar el virus productor de esa terrible enfermedad llamada rabia.
En aquella época de estos seres malignos, e infinitamente pequeños, los microbios, invisibles prácticamente, no se sospechaba siquiera su existencia.
Ya desde el comienzo de los tiempos, los microbios venían causando una gran mortandad entre los hombres.
En aquella época de estos seres malignos, e infinitamente pequeños, los microbios, invisibles prácticamente, no se sospechaba siquiera su existencia.
Y Luis Pasteur, con el genio y la perseverancia del sabio, comenzó su solitaria lucha, con la que logró aumentar la duración de la vida humana.
Era una teoría aceptada en esos tiempos, que los microbios, nacían por generación espontánea.
Pasteur demostró, que eliminándoles las posibilidades de vida mediante condiciones de aislamiento e higiene, no existía tal generación espontánea.
Primera lucha y primer triunfo contra la incomprensión.
Porque siempre los que vuelan, molestan a los que no pueden volar…
En adelante las intervenciones quirúrgicas se hicieron más seguras gracias a la antisepsia.
Y otro logro de Pasteur. Detectó también un microbio que afectaba enormemente a la industria vitivinícola francesa.
Con un procedimiento sencillo, calentando el mosto acabado de fermentar, los microbios intrusos morían sin dañar el vino.
Parecido procedimiento empleó en lo que hoy se conoce como pasteurización de la leche.
Pasteur tenía ya 45 años, cuando una hemorragia cerebral le produjo una parálisis.
Jamás podría utilizar nuevamente, su mano izquierda.
Además, una ostensible renguera lo acompañaría toda su vida. Pero su circunstancia física no lo arredró, porque era muy fuerte en sus convicciones.
Se sentía más débil en cambio, ante la calumnia. Porque él era Dr. en Física, en Química y en Biología, pero lo criticaban cruelmente, porque no poseía el diploma de médico.
Pero Luis Pasteur igualmente incursionó –su multifacético talento se lo permitía- en la investigación médica.
Y fue combatido y atacado injustamente. Porque quien critica con ligereza no necesita la verdad. Necesita la crítica.
También es evidente que un microbio puede empujar una calumnia y un gigante no puede detenerla.
Pero Pasteur no se detuvo y un día de enero de 1884, tomó una resolución decisiva. Decidió buscar el virus que producía la rabia.
Hasta ese día, ningún hombre que hubiese contraído la rabia se había curado.
Experimentó durante dos años sin obtener resultados. Hasta que tuvo una intuición. Extrajo sustancia de la médula de un conejo rabioso y durante dos semanas la puso a secar. En esos quince días, se atenuó tanto la potencia del virus, que inyectado este a un perro sano, el animal no murió. Luego se inyectó -al mismo perro- virus de catorce días, de trece, de once, de diez etc. Hasta que el animal pudo tolerar el virus de otro perro rabioso, que se le inoculó el primer día de extraído.
Conclusión. Una vez inmunizado un perro por dosis graduales ya no puede contraer la enfermedad. De ahí a su aplicación al hombre con la fabricación masiva de vacunas, había un solo paso.
Y así venció a la rabia.
Honores, prestigio, invitaciones le llegaron de todo el mundo, hasta que a los 72 años, un 28 de septiembre de 1895 moría serenamente. Habia nacido un 27 de Diciembre de 1822.
Su fe, su talento y su sensibilidad, le brindaron el más hermoso de los destinos: brindar una luz, para ayudar a la humanidad, a encontrar un camino mejor.
Y su figura singular y su trayectoria para disminuir el dolor del hombre, inspiraron en mí este aforismo.
“Si a todos nos doliese el dolor del prójimo, casi no habría dolor”.