jueves, diciembre 5, 2024

Giuseppe Verdi, inspirado creador de famosas operas. Por José Narosky

“Reconforta pensar que cuando hay grandeza en la creación hay grandeza en el creador”

Era 10 de octubre de 1835. Lugar teatro A La Scala de Milán. Se iba a estrenar una ópera llamada OBERTO. Su autor cumplía ese mismo día 23 años. Era alto, de rostro y cabello moreno. Su nombre Giuseppe Verdi. Los aplausos finales obligaron al compositor a permanecer en el escenario varios minutos.

“Si felicidad es todo aquello que sentimos como felicidad”. Verdi la sintió cabalmente en ese momento, sin duda sublime para él.

Pero avancemos casi 60 años en el tiempo. El mismo teatro A La Scala de Milán, el mismo motivo, el estreno de una ópera FALSTAFF, en este caso. El mismo compositor, Verdi. Claro que ya con más de ochenta años de edad.

De aquel joven, nervioso elegante moreno, quedaba un anciano nervioso también, pero encorvado y totalmente canoso, aunque con muchas ilusiones. Y casi diría, relativamente joven.

Porque Verdi tenía todavía, más ilusiones que recuerdos. Se repitieron como hacía más de 60 años el éxito y los aplausos. Es que el milagro del arte, desconoce el tiempo. Y otra vez se sintió felíz.

Pero su emoción era ahora, solamente por la creación, ya no por los aplausos.

Verdi fue un caso un inusual de compositor. Si bien compuso durante más de medio siglo, dos de sus óperas, consideradas muy valiosas, las escribió en solo tres meses, teniendo el músico 40 años. Me refiero a “Il Trovatore y la Traviata”, para mi apreciación, la más hermosa y conocida.

Y un hecho curioso. “Il Trovatore” fue un éxito de crítica y de público desde su estreno. La “Traviata” en cambio, inspirada en la novela La Dama de las Camelias, de Alejandro Dumas, fracasó inicialmente. Es que “la vida de los artistas siempre tiene precipicios y montañas. Claro que ellos, tienen alas”.

Dos años antes en 1851 y tan sólo con 38 años, Verdi había ya logrado un gran suceso con la ópera Rigoletto. El éxito lo repitió 20 años después con otra bella ópera “Aída” estrenada en El Cairo Egipto, con motivo de la inauguración del teatro de la ópera de esa ciudad africana y escrita a pedido de un Sultán egipcio.

Hubo muchas luces en la vida de Verdi. Y también muchas sombras. Tenía solo 26 años cuando le tocó soportar uno de esos dolores para los que las lágrimas no alcanzan.

Corría el año 1840. En abril falleció de una enfermedad que no se pudo diagnosticar, su hijito de dos años.

Su esposa no pudo recuperarse de esa pena y falleció pocos meses después.

Destruido, Verdi se recluyó largo tiempo en su casa.

Y como la envidia es un impuesto al éxito, también soportó calumnias, que siempre son el portavoz de la envidia.

Pudiendo recostarse sobre su prestigio, no quiso hacerlo.

En su época Italia, estaba ocupada por Austria.

El compositor, patriota como era, decidió luchar por una causa tan noble como lo era la libertad de su pueblo.

Fue más tarde, diputado y senador. Pese a carecer de dotes políticas. Se casó por segunda vez a los 46 años, con la soprano que estrenó su primera ópera: Giussepina Strepponi, que embelleció décadas de la vida del músico, que vivió en el campo muchos años.

Y allí, en su finca, amó la tarea rural. Inspeccionaba sus viñedos y sus tambos. Y su amplio y diversificado talento, le permitió crear una trilladora y un arado de vapor.

Así como odiaba las reuniones sociales, amaba la naturaleza. El sabía que la tierra canta solamente a quien le canta. Y que las alta cumbres –pensaba en su fama- suelen estar muy cerca de los abismos. Amó también los pájaros. El, reprochaba a los hombres que creyeran canción el lamento del pájaro enjaulado.

A los 88 años, viviendo ya en un hotel de Milán, un 27 de Enero 1901, la muerte le llegó con un ataque de parálisis, que lo doblegó para siempre.

Doscientas cincuenta mil personas desfilaron en su entierro, en la que Toscanini, dirigió a su orquesta en un trozo de Nabucco, la ópera preferida de Verdi. El día que murió este insigne músico, dos horas antes le dijo a su médico.

-El ser humano doctor olvida a la naturaleza, ignora que esta tiene todo lo que el hombre necesita. Le da amor, amistad, paz. Y este, nada le da. Solo la deteriora y la destruye. Pero ella sigue imperturbable en su camino y estas palabras de Verdi traen a mi mente este aforismo.
La naturaleza es más feliz que el hombre. Porque su primavera siempre regresa.

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