martes, diciembre 24, 2024

Juan Carlos Calabró. Por José Narosky

“Una muerte puede significar varias muertes”.

El fallecimiento del actor Juan Carlos Calabró, en noviembre de 2013, presupone la muerteespiritual de su esposa “Coca” con la que componía un matrimonio armonioso a carta cabal y de sus 2 hijas: Mariana e Iliana. Tenía 79 años, pues había nacido un 3 de febrero de 1934.

Además “la muerte de un gran ser humano,nunca es, una muerte individual”.

Y nos sirve para recordar, que “la frontera entre nosotros y la muerte, es solamente una porción de tiempo”.

La trayectoria de Calabró, es muy conocida.

Sabemos que “el tiempo pasa para todos. Pero los grandes del arte -como él- seincorporan al tiempo”.

Y una breve mención –muy parcial- de su trayectoria.

Fue un ciclista de primer nivel hasta los 26 años.

Y pensó en ese momento, que podía hacer locución.

Egresó del I.S.E.R. y al poco tiempo, debutó en “Farandulandia”, en Radio Belgrano, con varios humoristas y con libreto de Aldo Camarotta.

Luego trabajó en “La Gallina Verde”, en “El Clan del Aire” y en otros programas radiales.

A los 28 años, debutó en TV, con el elenco radial de “Farandulandia, en un programa llamado “Telecómicos”.

Su personaje fue la base de su ciclo más famoso: “El Contra”.

Ya había encabezado -por primera vez en TV- un ciclo, que se llamó “Calabromas”, que tuvo buena repercusion.

Pero “El Contra”, en el que colaboraba Antonio Carrizo, le sumó enorme popularidad.

También el cine lo tuvo como actor.

Ya cerca de los 50 años, le tocó protagonizar, con Minguito Altavista, un ciclo de varias películas, cuyos títulos comenzaban con “Mingo y Anibal…”

Pero quiero volver a la actuación televisiva de Juan Carlos Calabró, en “El Contra”, que fue el programa que lo colocó definitivamente, entre los grandes humoristas argentinos.

Su rol consistía en poner incómodos a los invitados -uno por vez-, a los que siempre cuestionaba.

También los confundía con otros, a veces ni siquiera parecidos en ningún aspecto.

“El Contra” se mantuvo 9 años en “el aire”.

Calabró escribía allí sus propios libretos, que a veces modificaba sobre el terreno, por la respuesta inesperada del personaje que lo visitaba, que lo hacía en forma espontánea.

Esto lo comprobé personalmente, porque tuve la ocasión de ser invitado, a ese programa.

Lo ensayábamos en una confitería de la Av.Libertador, en Palermo.

Calabró, opinaba que prepararlo así, en la mesa de un bar, le daba un “clima de autenticidad”.

Nos reunimos 2 veces por semana durante 15 ó 20 días, con Calabró y Carrizo.

Y allí comencé aconocer su repentismo, su creatividad.

Le surgían ideas muy rápidamente y Carrizo lo complementaba con su oficio. Cuando me tocaba intervenir, trataba de adaptarme a los dos, lo que –recuerdo- no me fue fácil.

Pero –y me parece lo más importante- fue “descubrír” la modestia y la cordialidad “auténtica” de Calabró, un verdadero caballero.

El actor vivía cerca de allí y nos descubrimos también, vecinos.

Por sugerencia de él, caminábamos por la zona, una vez por semana.

Y aunque algún aforista oriental dijo que “cuanto más nos acercamos al hombre, más nos alejamos… del hombre, aquí se dio al revés.

Pese a su sobriedad, sonreía cordialmente a los que lo saludaban –que eran muchos-. Lo hacía con total sinceridad.

Me contó que había sido un pibe muy tímido y que un porcentaje de esa timidez, persistía en él.

No solo quiero destacar su valiosa tarea artística sino un episodio que lo define totalmente en lo humano.

Un día, caminábamos por Palermo, y a pocos metros de nosotros, un pibe de 12 ó 13 años, cayó de su bicicleta. Del golpe, sangraba profusamente de la nariz.

Se acercaron varias personas. Calabró le dio su pañuelo y le dijo:

-“Vamos al Hospital Fernández, que está a dos cuadras de aquí. Deciles que sos mi hijo. Te atenderán mejor”.

Y fuimos los tres. Transcurrió más de una hora y al pibe no le encontraron ninguna lesión importante.

Sólo le recomendaron unos medicamentos, que Calabró presuroso, fue a adquirirlos a una farmacia cercana.

Se los dio diciéndole:

-“Te vamos a llevar en taxi a tu casa”.

-“No es necesario, me siento bien y vivo a dos cuadras. Muchas gracias”.

-“¡Que tengas suerte!” agregó Calabró y lo dejó ir.

Este episodio, simple, lo conceptúo suficiente, para confirmar la noble condición humana de Juan Carlos Calabró.

Ese episodio, trae a mi mente, este aforismo final, como modesto homenaje a su persona y a su valía interior.

“La nobleza está en la madera. Nunca en el lustre”.

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