Los visionarios marcaron caminos. Pero fueron los primeros en recorrerlos.
Los grandes inventores de todos los tiempos tienen un lugar ganado en las paginas del libro de la historia de la Humanidad y en la memoria de los pueblos. Son muchos. Robert Fulton por ejemplo, contruyendo un barco con un motor movido por una máquina de vapor, accionada por una rueda adosada a un costado del barco; o Torricelli, alumno y sucesor de Galileo, creando el barómetro. O los hermanos Lumiere con el cine; o Faraday y Volta con la electricidad. O Niepce y Daguerre con la fotografía. Y también otros. Todos ellos tuvieron antecesores.
Pero hay otro inventor, alemán, nacido en Maguncia, de no menor talento que los nombrados y que hizo sin duda avanzar al mundo. Quizá más que todos los mencionados inventores juntos. Se llamó Juan Gutemberg y nació en 1398, unos 120 años antes del descubrimiento de América.
Fue inicialmente un hábil orfebre.
¿Qué inventó este caballero?
Pues nada menos que la imprenta. Hasta entonces los libros eran escritos a mano, uno por uno, obviamante. Requerían largas horas de trabajo y eran tan raros y codiciados como las joyas.
Gutemberg creó un sistema de impresión que utilizaba caracteres individuales por cada letra, para formar las palabras y de esta manera abrió la posibilidad de reproducir una obra en un gran número de copias, todas idénticas.
Como consecuencia, la difusión de ideas y conocimientos dejaba de ser patrimonio de una élite.
Después de algunos ensayos sus primeros trabajos fueron dos ediciones completas de la Biblia en latín.
El inventor trabajó en secreto y siempre estuvo escaso de dinero, por lo que se vio perseguido muchas veces por sus acreedores, uno de los cuales, con el que tenía una deuda, se apropió del invento de Gutemberg a cambio de un dinero que debía.
Siempre al borde de la miseria, Gutemberg recién fue reconocido cuando recibió una pensión del arzobispo de Maguncia en 1465.
Pero la paz le duró poco. Murió tres años después, de una enfermedad desconocida. Al tiempo sus restos desaparecieron.
Los primeros ejemplares impresos en el nuevo sistema que han sobrevivido por cinco siglos, se denominan incunables y tienen hoy un extraordinario valor.
Los libros aparecidos hasta el 30 de diciembre del 1500 constituyen joyas –en el sentido artístico y por su valor monetario-.
Los entendidos calculaban que en el medio siglo inicial se habían impreso no más de 13.000 títulos.
Durante los cinco siglos transcurridos hubo tantos motivos de destrucción que aún ese reducido número parece sorprendentemente grande: deterioro del papel o pergamino; catástrofes, guerras, incendios, inundaciones o naufragios, alimento de roedores, termitas u otros animales.
Las mayores colecciones de incunables están en la Biblioteca Nacional de París, el Museo Británico de Londres, La Biblioteca del Congreso de Washington y la Biblioteca Vaticana.
Los tipos móviles de madera, y más tarde de metal, ya habían sido inventados en Corea y en China, pero no habían logrado el mismo impacto.
Quizá, porque los sistemas de escritura tenían miles de caracteres diferentes.
La radical novedad con Gutemberg reside en la asociación de los tipos móviles para la composición del texto.
Y del uso de la prensa de imprimir, inexistente en las sociedades asiáticas, llevando a la impresión en hojas de papel.
El objetivo del inventor de la imprenta, extremadamente difícil tanto desde el punto de vista técnico como estético, era reproducir mecánicamente las letras utilizadas en los manuscritos.
Los “patrones” de las letras eran cortados en pequeñas varas de acero y los troqueles hechos de esta manera se imprimían en algún metal blando.
Los tipos producidos se alineaban, formando frases. Cubiertos de tinta, imprimían el texto sobre hojas de papel, colocadas en una prensa.
Así salieron los primeros textos impresos en el taller de Gutenberg.
La imprenta tal como Gutemberg la racionalizó pudo expandirse en Europa y responder a una demanda de libros cada vez más amplia, en tiempo de establecimiento de universidades y de crecimiento de las ciudades, pese a las restricciones sociales al acceso cultural.
Han transcurrido más de cinco siglos desde la muerte de Juan Gutemberg. Pero su valiosa invención, la imprenta sigue viva. E intuimos que seguirá por el devenir de los tiempos.
Y un aforismo para Juan Gutemberg:
“Todos caminaron. Pero pocos dejaron huellas”.