“La voluntad de triunfar no garantiza el triunfo. Pero lo acerca…”
Hace no mucho tiempo, un escritor uruguayo no muy conocido, Fernando Parrado, publicó un libro que tituló “Milagro en Los Andes”.
Parrado, con tan solo 20 años de edad, fue uno de los sobrevivientes de un accidente de aviación que tuvo enorme repercusión hace ya varias décadas.
Pero vamos al hecho. El 13 de octubre de 1972, un avión fletado por un club de rugby de Montevideo (Uruguay), debía atravesar la Cordillera de la Andes en dirección a Santiago de Chile, donde jugaría un partido amistoso de ese deporte.
Un total de 45 personas, entre pasajeros y tripulantes, tomaron ese vuelo.
En medio de la travesía, una violenta tormenta desestabilizó el aparato, que acabó finalmente, golpeándose contra la cresta de una montaña.
La cola y las alas se desprendieron. El avión se partió en dos y muchos de los pasajeros fueron arrastrados al vacío.
Por la fuerza del impulso, el vientre -digamos- del aparato cayó de tal modo que cuando tocó tierra continuó deslizándose a toda velocidad por un enorme glaciar, hasta que un montículo lo frenó de golpe.
Trece personas murieron en el choque y hubo numerosos heridos.
Fernando Parrado el escritor al que aludí, fue uno de ellos.
Un traumatismo craneano lo tuvo en coma durante tres días.
Hubiera muerto también, si dos de sus amigos, no lo hubieran protegido de noche con sus propios cuerpos.
Al reaccionar supo que su madre, que viajaba en ese avión, también había muerto.
Una de sus hermanas quedó malherida y murió pocos días después en sus brazos.
La esperanza del rescate les dio fuerzas a los sobrevivientes, para soportar el hambre y resistir las heladas ventiscas que azotaban los restos del fuselaje, ya convertido en refugio.
Pero cuando llevaban 10 largos días esperando oír el ruido de los helicópteros de rescate, oyeron por una radio que la búsqueda había sido suspendida. Los habían dado por muertos.
A temperaturas de diez grados bajo cero, casi sin comida y con ropas de verano, la muerte los fue diezmando: unos por las heridas, otros por el frío.
16 de los pasajeros pudieron resistir finalmente 72 días con sus noches; !Mas de dos meses y medio!
Convencidos que ya nadie vendría a rescatarlos, dos de ellos, Parrado, el autor del libro que mencioné y Roberto Canesa, ambos con un saco de dormir construido con trozos del aislante del avión, tomaron una decisión heroica. Porque “la necesidad no otorga fuerzas. Pero las descubre”.
Sabian que estaban intentando lo imposible. Pero tenían la esperanza de hacerlo posible.
No ignoraban que un mínimo error les sería fatal. Decidieron con gran valentía, caminar hacia Chile, por una zona que les pareció relativamente accesible.
Llevaron como único alimento carne congelada de cuyo origen, no sería de buen gusto aclarar.
Sólo querría referirme a la hazaña de los dos valientes.
14 compañeros quedaron esperándolos, utilizando los restos del avión como muy precario alojamiento.
Sacando fuerzas de flaqueza, Parrado y Canesa, caminaron durante 10 días, hasta que afortunadamente encontraron un campesino chileno, un baqueano. -Fue un 22 de Diciembre de 1972- hace casi 70 años.
Lo demás se adivina. Ya en un helicóptero, al que ambos acompañaron en la búsqueda, se ubicó a los restantes compañeros que salvaron así sus vidas, providencialmente.
Este episodio fue una demostración cabal de fe. Me refiero especialmente a la acción de los dos héroes, que emprendieron, debilitados y maltrechos, una marcha que bien pudo ser hacia la muerte.
Aunque felizmente no lo fue. Demostraron en definitiva, que se puede vivir sin realidad, pero no sin esperanzas.
Hay numerosos casos en la historia del mundo en que muchos logros los obtuvieron hombres prácticamente vencidos, como ellos. Hombres que por viajar hacia las estrellas, sin duda, tropezaron, pero las mismas estrellas, los ayudaron a no caer.
Y un aforismo final
“No somos artífices del nacer ni del morir, pero podemos serlo del vivir”.