domingo, diciembre 22, 2024

Víctor Galíndez. Por José Narosky

“La categoría de ídolo no se logra solamente con el triunfo”

Hay un viejo aforismo, que podría ser oriental, que dice:

“Que el árbol no nos impida ver el bosque”.

Implica, que hay veces en la vida, en que una circunstancia -que podría ser un hecho deportivo relevante por ejemplo- puede ocultar otro hecho también trascendente, en la misma actividad.

En lo deportivo, recuerdo que en un momento dado, José Luis Clerc fue el número 5 del tenis mundial ¡Quinto jugador del mundo!. Una hazaña. Pero estaba en ese momento Guillermo Vilas, que era el número 2. Y todos los reflectores se encendían para destacar el justo mérito de Vilas, con lo que la figura de Clerc quedaba parcialmente relegada.

Situación parecida sucedió con Carlos Monzón y Víctor Galíndez.

Monzón, cuya fama merecida, opacó parcialmente la de Víctor Galíndez. Monzón, -6 años mayor que este- combatió en la misma época.

Cuando en 1974 Galíndez, se consagraba Campeón Mundial en categoría semi-pesado, Monzón hacía 4 años que ya lo era, aunque en otra categoría.

Evidentemente, catorce defensas del título durante casi 7 años, hacen de Monzón una figura excluyente.

De cualquier manera, los méritos de Galíndez fueron enormes. Y las circunstancias adversas, también.

Accidentes con su moto, una fractura de maxilar defendiendo su título mundial contra Marvin Johnson, pelea que obviamente, perdió. Y no fueron los únicos problemas que tuvo.

Y tenía ya 31 años, que en el box es casi una edad avanzada; cuando le efectuaron una operación de codo y otra de rodilla.

Pero todavía le quedaba otro episodio nada fácil.

Sufrió un desprendimiento de retina y fue operado de los dos ojos. Ya no volvería a pelear.

Tres meses después, no un rival, sino la vida, le asestó un K.O. definitivo.

Él había declarado en una entrevista periodística poco tiempo antes:

-“Quise tener autos lujosos, dinero, fama. Y los tuve.

Quise ser Campeón Mundial de Box. Y lo fui.

Quise vivir a mi manera y así viví.

Ahora quiero ser corredor de autos de carrera.

Y agregaba textualmente: “El automovilismo es menos peligroso que el boxeo donde te pueden dar 100 “piñas” por pelea”.

“Con el auto, más de una piña por carrera no me podrían dar…”, terminaba expresando.

Decidió comenzar esta nueva etapa como copiloto –es decir acompañante-, en una carrera de Turismo de Carretera en la ciudad de 25 de Mayo, en la Provincia de Buenos Aires.

El coche número 19, con el que acompañaba al piloto llamado Lizeviche, se detuvo por problemas en la caja, a un costado de la ruta.

Conductor y copiloto decidieron dirigirse hacia una estación de servicio, que visualizaron a la distancia.

Caminaban de frente a los competidores que pasaban a más de 200 Km por hora.

Imprevistamente el coche número 71, que conducía Marcial Feijoo se tocó con otro, dio un trompo y se estrelló imprevistamente contra los cuerpos de Galíndez y Lizeviche.

“Muerte instantánea” dictaminaron los partes médicos.

Su segunda mujer, Patricia Aguado, contaba tiempo después, que Galíndez le había manifestado, el día anterior al accidente:

-Te prometo por mis hijos que si no salgo primero o segundo, no corro más.

No podemos saber si hubiese cumplido. Porque la promesa quedó trunca, como su vida. Como quedó con una herida profunda, también, la vida de sus tres hijitos, dos pibas y un varoncito; y también la de su compañera…

El accidente acaeció en Octubre de 1980, hace mas de 40 años.

En definitiva, su historia, de dos veces Campeón Mundial, porque lo perdió y lo reconquistó, con once peleas defendiendo fieramente su corona, es una historia triste. Porque las luces que lo iluminaron fueron efímeras. Pero, en cambio, las sombras que lo cubrieron fueron definitivas.

Galíndez ganó muchas peleas sobre el ring, 55 victorias en total. Pero bajo el ring, perdió siempre.

Cuando falleció, le faltaba menos de una semana para cumplir 32 años.

Fue tan noble como indisciplinado.

Posiblemente quiso recuperar lo que su infancia triste y muy humilde no le permitió tener.

Pero lo que faltó en la infancia, siempre faltará.

Y el aforismo final, que se relaciona con esta apreciación.

“Lo que sobra no reemplaza lo que falta”.

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