Por Mario Clemente – Director Ejecutivo de Grupo Emerger
Los panoramas históricos de las epidemias en Europa en los últimos 2.000 años transformaron la evolución económica de las sociedades a muy largo plazo. Por ejemplo, la plaga ocurrida en el medioevo o del emperador Justiniano derribó definitivamente el imperio romano. La gran peste de Milán de 1629 a 1631, que afectó tanto como la actual, al norte de Italia y la del Norte del virreinato español en Nápoles en 1656, aparte de matar uno de cada tres personas, acarreó devastación económica.
Sin embargo, la peste negra que acabó con el 60% de la población mundial y reacomodó los salarios achicando las desigualdades económicas, benefició el trabajo de la mujer y mejoró el poderío económico de Europa.
Con respecto del COVID-19 resulta muy diferente en cuanto a la letalidad que está en el orden de 0.03% comparándola contra la peste negra que era del 50% y la gripe española en el 1.3%. Sin embargo, y más allá de la tasa de mortalidad comparada, los efectos asociados de la globalización y la dispersión de la presente pandemia impactaron con mucha diferencia no sólo en las distintas regiones, sino que los efectos del gran confinamiento están provocando una recesión mayor en la historia mundial con una probable reducción del 5% en 2020 en lugar del esperado crecimiento del 2.5% para el presente año.
El desempleo perturba la demanda y la oferta, comenzando en Oriente con una escasez de productos farmacéuticos y electrónicos y compras compulsivas de alimentos en Europa con consecuente desabastecimiento. La caída de las bolsas del 24 de febrero fue la más grande desde el 2008, afectándose además por cancelación conferencias, eventos de tecnología, deportes, caída del precio del crudo y en marzo los gobiernos y bancos centrales debieron intervenir con políticas monetarias para evitar el colapso económico.
En otros aspectos, la dificultad para frenar la expansión de la epidemia obligó a cerrar edificios públicos, empresas, comercios, limitar la movilidad y la reducción a la producción, el consumo y el turismo y afecto prácticamente a todos los países. Asimismo, los estados deben inyectar grandes sumas de dinero para solventar el pago de facturas salarios y mantener el consumo básico posponiendo así mismo el cobro de créditos y tarjetas en curso que comienzan a emerger.
En paralelo, la necesidad de adecuar los recursos del sector sanitario, sean públicos o privados, genera un gran esfuerzo económico en el abastecimiento de los mismos desde lo prehospitalario en tecnología de comunicaciones que permita el control y seguimiento de los contagiados en función de evitar el contacto con la asistencia de los mismos en forma presencial con equipo especial de protección del personal, aislamiento y traslado a los centros asistenciales, provisión de camas de terapias intensivas con respiradores y entrenamiento de personal en su manejo, módulos de asistencia intermedia con camas de aislamiento para enfermos estables de formas menos grave, provisión de medicamentos específicos, oxígeno, descartables y desarrollo de tratamientos como suero de convaleciente, medicación específica y vacunas.
En cuanto a la salud mental de quienes por uno u otro aspecto se encuentran aislados y quienes tengan en su familia un integrante enfermo, o sean personal de salud abocado a estas tareas genera miedo, angustia e incertidumbre, probablemente el enemigo más importante que padece la humanidad en este momento y afecta también el aspecto económico general de todo este proceso sin fecha de final certero y con pronóstico abierto.