viernes, diciembre 6, 2024

Juan De Garay. Por José Narosky


“La vida es un laberinto. Pero los iluminados conocen la salida”.

Considero que en el hombre que somos, siempre estará el niño que fuimos. En su infancia, Juan de Garay vivía con sus padres en una ciudad costera española, frente a la cual se divisaba una isla deshabitada, a la que se accedía solamente cruzando el citado río.

En una ocasión, con sus jóvenes 11 años de edad, y sin avisar a sus padres, se apropió de un bote ajeno, cruzó el río y durante tres días decidió permanecer en la isla, ante la desesperación de sus padres por su desaparición.

Estaba delineada, con esta travesura infantil –diría, más que travesura- la personalidad aventurera de Juan de Garay.

Es sabido que el primer fundador de Buenos Aires fue Pedro de Mendoza, en 1537. La ciudad fue destruida por la acción de los indios. Casi medio siglo después, en 1580, la erigió definitivamente Juan De Garay.

Don Pedro de Mendoza trajo al país los primeros caballos, que se dispersaron por las distintas regiones del Nuevo Mundo.

Y se conoce también que tres años después, Mendoza regresando a España, murió en alta mar teniendo sólo 38 años

Pero no quiero que esta nota, parezca una lección de historia. Y quiero aludir ahora a Juan de Garay, que fue un hombre audaz y emprendedor. Nació en Orduña, España, en 1527.

Arquetipo del conquistador español, sin porvenir ni raíces en su tierra natal, Juan de Garay parece haber buscado el poder, la riqueza y la fama, que le era esquiva en su lugar de origen y la encontró en una América, llena de posibilidades y peligros y en la que estaba todo por descubrir.

De su infancia en España, se sabe poco.

Lo concreto es que en 1543, se embarcó desde San Lúcar de Barrameda en una expedición que trasladaba a América al Virrey del Perú, Blasco Núñez de Vela.

Estuvo posteriormente entre los que fundaron Santa Cruz de la Sierra, en el Alto Perú, hoy Bolivia. Allí, fue nombrado regidor del flamante Cabildo.

Ya de vuelta en España, le fue encomendada una misión: fundar un poblado y puerto sobre el río Paraná.

Garay partió nuevamente en abril de 1573 –tenía ya 46 años- a cumplir con su cometido.

Cinco meses más tarde, llegó a un punto denominado Cayastá. Allí fundó Santa Fe de la Vera Cruz.

En 1651, casi 80 años más tarde, esa primitiva ciudad de Santa Fe sería trasladada al lugar que ocupa actualmente.

Un nuevo regreso a España y esta vez el adelantado Juan Torres de Vera y Aragón le ordenó a Garay emprender una nueva expedición hacia el Río de la Plata, con el fin de fundar una nueva ciudad.

Se alistaron 66 personas. Había en el grupo una sola mujer, Ana Díaz.

Garay se embarcó en el buque San Cristóbal de Buena Ventura y se internó nuevamente en el mar, hasta llegar meses después a la boca del Riachuelo de los Navíos (nuestro actual Riachuelo) en mayo de 1580.

La solemne fundación de la actual ciudad de Buenos Aires tuvo lugar un mes después: el 11 de junio de 1580.

Garay la llamó Ciudad de la Santísima Trinidad y puerto de Santa María de los Buenos Aires, aunque con el tiempo se impondría para ella el nombre del puerto: Buenos Aires simplemente.

La nueva ciudad fue delineada en forma de damero, según el primer plano trazado por Garay. Estaba compuesta por 135 manzanas, de las cuales dos fueron destinadas para el Fuerte y la Plaza Mayor.

En los dos años siguientes, Garay se lanzó a explorar las tierras al sur de la población recién fundada.

Con 30 jinetes alcanzó las costas de Cabo Corrientes, sobre el océano Atlántico, donde se asombró por las colonias de lobos marinos, avistando las olas que rompían en el litoral de la futura ciudad balnearia de Mar del Plata.
Además de aventurero, fue también, a no dudarlo, un idealista. Y la obstinación por un ideal, inmuniza incluso contra los fracasos.

Nuevamente en Buenos Aires, en 1583 –tenía ya 56 años- regresó al mar, navegando hasta el río Carcarañá, donde desembarcó para pasar la noche, cerca del antiguo fuerte de Sancti Spiritu. Confiado en la pasividad de los indígenas de la zona, no extremó las guardias.

Pero los nativos, aprovechando esa negligencia, atacaron y dieron muerte a Garay y a 12 de sus compañeros un 21 de marzo de 1583. Nuestro hombre tenía 56 años.

Podemos decir sin faltar el respeto a su memoria, que murió en su ley, este aventurero que había logrado su cometido: el de “abrir puertas a la tierra”.

Y un aforismo final para Juan de Garay.

“Los grandes, sólo encuentran paz en la acción”.

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