Una media tarde del 18 de marzo de 1996 se instaló su capilla ardiente en el Teatro Nacional Cervantes –Niní Marshall- había fallecido a las 11 de la mañana de ese día.
Miles de personas, formaron una larga fila para despedirla.
Porque fue realmente una creadora de tipos humanos. Es que “así como hay quienes miran… sin ver, Niní veía sin mirar”. Porque “todos vemos lo mismo. Pero los grandes lo revelan”.
Y así salieron de su pluma, la torpe Catita o la mucama gallega Cándida, o Doña Jovita, una vieja y enamoradiza solterona.
Y el cine nos mostró y la radio nos permitió oír, a esta tímida mujer que lo era en su vida privada, llamada Niní Marshall.
Para su actuación radial, ella escribió, salvo en su primera etapa, casi todos sus libretos. Y en la mayoría de las 37 películas que filmó en la Argentina, además, de otras 15 que filmó en México, Cuba y España, escribió también muchos de los diálogos de sus personajes.
Filmó “Hay que Educar a Niní”, “Los Celos de Cándida” y tantas otras. En 1949 –tenía 46 años- se la acusó –quizá por motivos políticos- de deformar el idioma con sus personajes.
Decidió entonces irse a México. Allí, residió durante 6 años que fueron plenos de triunfos artísticos y de dolor interior por el exilio. “Porque… las heridas espirituales no sangran. Pero lloran…”
Escribió de si misma:
-“La vida me ha dado un extraño privilegio que mucho agradezco. El haberme puesto en el mundo para hacer divertir a mis semejantes. Con ello pude, como premio adicional, borrar o postergar alguna angustia propia”; ¡quien no la tiene!.
Esta mujer porteña, nacida en 1903 en Caballito, pasó su infancia en el viejo barrio de San Telmo.
Comenzó su tarea artística en la entonces Radio Municipal, imitando por el micrófono a una mujer gallega –Cándida- que supuestamente limpiaba el estudio. En poco tiempo, ya tenía un programa propio. Luego, agregó el personaje de Catita. Distintas emisoras la contrataron. En un momento dado, fue la figura más cotizada de la radio.
Quizás, las generaciones actuales no la conozcan suficientemente. Pero quedaron sus películas y en ellas su imagen física, tan pequeña como grande en ternura.
A los 82 años presentó su libro de memorias. En el expresaba que nunca pudo superar su asombro por la popularidad que tuvo.
Y se nos fue Niní Marshall. Se marchó dulcemente hacia la muerte con la modestia de los verdaderamente grandes, que nunca necesitan mostrar su grandeza.
Finalizo esta nota con un aforismo para el talento y la agudeza de Niní Marshall
“No es sólo lo caminado. Es haber tenido los ojos abiertos…”