«Los hombres superiores sienten identica sensacion ante el elogio y ante la critica»
Pocos estadistas argentinos, como Nicolás Avellaneda, fueron artífices de tantas realizaciones y proyectos que hicieron al progreso de nuestra patria, y no muchos ocuparon los importantes y diversificados cargos como los que tuvo el protagonista de esta nota.
Fue además un muy destacado abogado. Y un americano a ultranza.
¿Cargos? Nada menos que Presidente de la República entre los años 1874 y 1880, después de la Presidencia de Sarmiento.
Antes, había sido Ministro de Justicia e Instrucción Pública, como se denominaba al actual Ministerio de Educación, durante la presidencia de Sarmiento, precisamente.
También fue diputado a la Legislatura de Buenos Aires con sólo 28 años.
Fue incluso, Ministro de Gobierno en la Pcia. de Buenos Aires, siendo Alsina gobernador.
He enumerado algunos cargos solamente. Mencionaré también, realizaciones de las que fue artífice.
Una, no pequeña por cierto. Siendo Ministro de Sarmiento, fue impulsor de la creación de cientos de escuelas primarias y de docenas de colegios secundarios en todos los rincones del país.
Promovió también, la “Ley de Inmigración”, siguiendo la consigna de Alberdi, que “gobernar es poblar”, la que se conoció como “Ley Avellaneda”. La misma norma sugería el otorgamiento de tierras y trabajo para los campesinos europeos.
Duplicó en pocos años el flujo inmigratorio.
¡Cuántos de nosotros, nacimos en esta bendita tierra, precisamente, por tan humanitaria ley!
Y un dato puntual. Le tocó soportar la primera huelga en nuestro país. La protagonizó el primer gremio organizado en nuestra tierra: la Sociedad de Tipógrafos, los que protestaban por las excesivas horas de trabajo diarias, y la carencia de un feriado semanal.
La huelga tuvo éxito y se firmó un convenio que establecía una jornada de 10 hs. en invierno y de 12 hs. en verano, en ambos casos de lunes a sábado.
También Avellaneda, impulsó una campaña al desierto, para extender la línea de la frontera hacia el Sur de la Pcia. de Buenos Aires. Su plan consistía en levantar poblados y fortines y tender líneas telegráficas.
En ese lapso murió el ministro Alsina y lo reemplazó el joven General Julio A. Roca, que aplicó un muy controvertido y tan injusto como cruel, plan de aniquilamiento de las comunidades indígenas, del que nos ocuparemos en otra ocasión.
Nicolás Avellaneda sufría de una enfermedad en sus riñones llamada nefritis.
Por ello, decidió partir a Europa con su esposa en busca de un tratamiento médico. En alta mar, ya de regreso al país, moriría serenamente, muy lejos de su patria a la que tanto amó y por la que tanto hizo, un 25 de noviembre de 1885. Había cumplido el mes anterior, 48 años.
En ese breve lapso de vida, dio a su patria tantas leyes perdurables, que no sería posible enumerarlas en esta nota.
Sólo recordaré que suyo fue el proyecto de ley por el que se declaraba a la Ciudad de Buenos Aires, Capital Federal de la República Argentina y que se aprobó en 1880.
Y un aforismo final para Nicolás Avellaneda, un preclaro ciudadano argentino.
“Hay metas que parecen inalcanzables. Pero hay hombres nacidos para alcanzarlas”.